De nuevo podemos calificar de inolvidable, el viaje que ochenta y dos de los “nuestros” hicimos el sábado a “Orihuelica del Señor” Y de nuevo hay que decir que la suerte, los hados y hasta los mengues, se confabularon para que a instancias de nuestro Presidente, Juan Antonio Poblador, moviendo todos los hilos de sus influencias con ellos, todo saliera tan bien como para que algún exaltado partidario le diera un diez de nota. Y no es que no se lo mereciera, si no porque en democracia huelen mal las unanimidades absolutas y en los exámenes los “dieses”. Sobre todo cuando el examinando se guarda bajo la manga, las “chuletas de un arquitecto que se conoce Orihuela palmo a palmo: su amigo y nuestro, Federico Lizón. Una guía que con su teatral encanto y acento de mi tierra murciana, más que narrar interpretó los recovecos de la historia de la Iglesia de Santiago con sus “arrepentimientos” arquitectónicos de base; sus añadidos anacrónicos y hasta nos desveló el secreto del búho escondido entre la floresta barroca de su portada, que en el solsticio de verano –caso insólito para un ave nocturna- se atreve a mirar al sol poniente; que nos enseñó la imaginería del Museo de la Semana Santa, con pasión de oriolana hasta para criticar con velada sorna la moda de los pasos y tronos a imitación sevillana. Otra que nos recitó la catedral con autoridad docente y linda voz juvenil de mando, que intercalaba a cada momento para recordarnos la prohibición clerical de grabar o fotografiar, abortando así la propaganda de los meritos artísticos de la “mini catedral” –que los tiene y muchos- en nuestro blog artístico en el que pinchan un centenar diario de internautas. Otro, que nos mostró los claustros y la iglesia del colegio dominico, joya que ennoblece la arquitectura de factura herreriana de la Oleza Mironiana, y cuna de la cultura de varios siglos de su historia, de la que bebió su ilustre y más famoso vecino de sus aledaños más pobres, el inmortal Miguel Hernández, cuya casa visitamos sin que pudiéramos gozar de la sombra de su higuera, -madre soltera a la que le han nacido dos retoños- que el descarado del invierno había desnudado para su solo goce, y los que regalan sus esquejes, la tienen mutilada y a punto de hacerle morir de frio.
Y ya más prosaicamente, a eso de las dos de la tarde y con el perro de Paulov ladrándonos en el estomago, nos fuimos a comer a un palacio: el de Tudemir, donde dieron de comer a nuestros perros estómagos, como si fueran duques. ¡Qué buen yantar y qué buen servicio! ¡Qué jamón, qué queso, qué dulces berenjenas con miel, qué panes de todas clases, qué chopitos a la andaluza, qué cordero, qué lubina, qué rioja, qué postres caseros de la excelente repostería oriolana! En fin, que “el perro” dejó de ladrar y se puso a aplaudir con las patitas de delante, a quien eligió su menú, a quien se lo sirvió y a quien nos llevó a tan exquisito palacio, que también sirvió de noble marco para la tradicional foto de familia que, para inmortalizar tan inolvidable día, nos hizo nuestro internacional fotógrafo Julio Escribano.
Y finalmente, ¡qué magníficos compañeros de viaje, qué armonía y compañerismo entre todos, qué buen “rollo” sin roce alguno! ¡Una gozada que esperamos volver a vivir el siete de Mayo en Algemesi!
Hasta entonces ¡Aur revoir!
Carlos Bermejo
Alicante, 13 de Febrero de 211