El creador plástico, desde el arte rupestre de las cuevas de Altamira, por citar alguna de las más conocidas, siempre ha pretendido dar a conocer sus creaciones para reafirmar
su “yo” y al propio tiempo lograr alguna ventaja sobre los no iniciados; léase influencia mágica (los primeros artistas), sentimiento religioso más tarde, fama, prestigio y mas
prosaicamente, dinero.
Los artistas de la antigüedad se agrupaban en gremios, y el que aspiraba a exponer o vender su obra, tenía que tener el visto bueno de los burócratas del gremio, después de haber pasado por largos años de aprendizaje en los talleres de los maestros, que además
de sacarles el dinero por impartirles sus enseñanzas, los tenían de chicos para todo y casi esclavizados. Durante muchos años, al artista se le consideraba como artesano y ni siquiera firmaban sus obras, permaneciendo el creador en el anonimato tanto si creaba un retablo gótico o era el arquitecto de una catedral. Más tarde, a groso modo, allá por el renacimiento, el artista fue reconocido como tal y fue agasajado por Papas y Príncipes de todo linaje, con los cuales se codeaban y tuteaban, y comenzó a firmar con orgullo sus obras.
Ante el éxito social alcanzado por los artistas, todo el que tenía alguna cualidad artística empezó a cultivarla para lograr aquello que veían que otros lograban. Entonces el arte se masificó y se anarquizó, campando cada artista a su aire y pretendiendo todos
darse a conocer. Para ello se crearon asociaciones, salones, museos y todo tipo de lugares de exposición, pero eran tantos los que querían hacerlo que no había lugar para la marabunta que como hormiguitas acudían con sus cuadros o esculturas pidiendo que su obra fuera expuesta.
Alguno de los que eran rechazados por los jurados de admisión o comisarios de exposiciones, se revelaban y por su cuenta y agrupados por afinidades estéticas, buscaban lugares donde exponer, hasta “encima de las piedras” (porque si lo hacían debajo no se veia su obra). Tal es el caso de los ahora famosos impresionistas, que rechazados en el Salón Oficial, hicieron su primera exposición en la tienda del fotógrafo Nadal y de allí
saltaron a la fama, después de una carrera de obstáculos en la que muchos quedaron en el camino muertos de hambre o dándose un tiro en la sien.
Afortunadamente, ahora el artista no lo tiene tan difícil ni tan fácil, por ello, como aquellos impresionistas, se agrupan para exponer juntos, logrando lo que en solitario es tan difícil, arropándose mutuamente con los visitantes que cada uno pueda aportar, abaratar costes y compartir la bendita pasión por el arte que llena sus vidas y casi nunca sus bolsillos.
Todo eso y mucho más (como dice la manida frase publicitaria) es lo que la Asociación de Artistas Alicantinos está logrando en las múltiples colectivas que gracias a los organismos públicos y privados, consigue para sus asociados, porque:
¡JUNTOS SOMOS MÁS!
Carlos Bermejo
Alicante, 19 de Junio de 2011